IMPACTO DE LOS CONFLICTOS BÉLICOS EN LA SALUD MENTAL
Los conflictos bélicos generan un impacto inmediato, drástico y fatal en la vida de las personas
que se ven involucradas directamente, pero también en las sociedades a las que pertenecen, en
su conjunto.
Las guerras producen un daño psicológico de enorme sufrimiento en la población civil. La OMS
calcula que el 10 % de las personas que viven experiencias traumáticas (secuelas psicológicas,
estrés postraumático, etc.) suelen sufrir graves problemas de salud mental, otro 10 % pueden
sufrir una alteración del comportamiento que dificultará su capacidad para vivir de manera
saludable.
Mental Health Europa (MHE) se ha pronunciado recientemente en el contexto del conflicto de
Ucrania, mostrando preocupación y alertando de que los eventos inesperados como las guerras
tienen “inmensas consecuencias en la salud mental y el bienestar, especialmente en niños/as y
jóvenes”. Señala, además, la existencia de estudios desarrollados a lo largo de distintas décadas
que “revelan que las Experiencias Adversas en la Infancia (ACE, por sus siglas en inglés) tienen
una poderosa relación con la salud física y mental de las personas adultas”.
Los estragos sobre la salud mental de los niños y las niñas son palpables. Esto es algo que se
ha constatado en contextos de conflicto duraderos, como el que vive la población civil en Gaza
con especial crudeza desde el bloqueo en 2008 y los posteriores ataques militares periódicos
sobre la Franja. Desde UNRWA, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina,
que opera desde 1949, realizan programas de apoyo psicosocial, habiendo constatado en 2021
que el 65 % de los niños y niñas que participaron en sus programas “estaban gravemente
afectados y necesitaban tratamiento psicológico adicional”. Según la Oficina de Coordinación de
Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA) el 38 % de la población joven en Gaza ha pensado al
menos una vez en quitarse la vida.
Según Médicos Sin Fronteras “la guerra y el desplazamiento interno en Yemen afectaron la
estructura social y el sentido de comunidad. El 70 % de las personas que acudieron a consultas
psicológicas individuales entre noviembre de 2020 y noviembre de 2021 informaron que los
factores desencadenantes de su deterioro mental fueron los problemas relacionados con su nueva
condición como personas refugiadas. La falta de apoyo y de recursos comunitarios tradicionales
hace que se sientan frustradas y desesperanzadas, lo que les dificulta hacer frente a su situación
actual”. Y aseguran: “la incertidumbre y el miedo contribuyen a varias patologías como la
depresión, los trastornos del sueño y de ansiedad”.
Los efectos sobre la salud mental son numerosos y se extienden en el tiempo. El asedio, la
violencia, las bombas, la muerte, el miedo, la separación de tus seres queridos, dejar atrás tu casa,
no tener dónde vivir, la pobreza y no saber si podrás volver son el escenario perfecto para un
deterioro evidente de las condiciones de vida de las personas (materiales, económicas,
sociales, culturales…) y, por lo tanto, de su salud mental.
Los contextos armados son el germen del odio y de la desconfianza mutua. Se produce una
fractura en el espacio tiempo y las vidas se quiebran para siempre. La huella de los conflictos
bélicos se hereda, pasando de una generación a la siguiente y necesitándose muchas décadas
para atenuarla.
Un estudio publicado por The Lancet en 2019 actualizó las estimaciones de la OMS sobre la
prevalencia de los trastornos mentales en entornos afectados por conflictos: “Aproximadamente
una de cada cinco personas en entornos posteriores a un conflicto tiene depresión, trastorno
de ansiedad, trastorno de estrés postraumático, trastorno bipolar o esquizofrenia”, recomendando
implementar de manera urgente “intervenciones de salud mental escalables para abordar esta
carga”.
DETERIORO EN LA SALUD MENTAL DE PERSONAS REFUGIADAS, DESPLAZADAS INTERNAS O MIGRANTES
Como consecuencia del miedo y la inestabilidad, tal y como llevamos tanto tiempo viendo en otros
conflictos, parte de las poblaciones afectadas dejan atrás sus hogares huyendo de la violencia,
de la opresión, de la hambruna, de catástrofes humanas… Cuando estas personas cruzan una
frontera internacional se convierten en “refugiadas”, quedando amparadas por el derecho
internacional, que entiende que “no pueden regresar a su lugar de origen de forma segura”, tal y
como señala ACNUR.
Casi siempre, las personas refugiadas dejan atrás toda una vida, todo lo que conocen, sus casas,
sus comunidades, sus modos de vida, sus pertenencias, etc. Tienen que afrontar, muchas veces,
la adaptación a una vida en la que necesitan de asistencia externa para sobrevivir, recibiendo
ayuda humanitaria, servicios de entidades sociales, etc. Pasan de ser sujetos activos a convertirse
en víctimas.
Pero también debemos prestar atención a otras situaciones, como las de las personas
“desplazadas internas”, que se mueven dentro del territorio en el que vivían, buscando un lugar
seguro. Y, sobre todo, no olvidar que una gran parte de las personas migrantes, aunque no estén
amparadas por el derecho internacional por considerarse sus desplazamientos un proceso
“voluntario”, pueden abandonar sus países de origen por causas similares que implican también
la búsqueda de mejores oportunidades de supervivencia.
Sin embargo, cambiar de “ubicación” no implica recuperar derechos sino, más frecuentemente de
lo que pensamos, quedar expuestas a todo tipo de vulneraciones de sus derechos
fundamentales y de su dignidad como personas.
No podemos olvidar el racismo que pueden sufrir estas personas desplazadas en los países de
destino y que puede tener consecuencias en su salud mental, tampoco la violencia sexual que
afecta en mayor medida a las mujeres.
Un estudio de 2016, publicado en el British Medical Journal sacaba a la luz un mayor riesgo de
desarrollar síntomas psicóticos concomitantes al trauma de abandonar su país, sumado a las
experiencias adversas vividas tras la huida (racismo, detenciones, desempleo, exclusión social,
vulneraciones en los campos de refugiados…).
Según un informe elaborado por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), la
mayoría de las personas migrantes, solicitantes de asilo y refugiadas se sitúan en posición
“infraciudadana”. El hecho de establecer su residencia en un país que no es el suyo, hace que
se enfrenten a numerosos estereotipos y prejuicios que se asocian a las migraciones. “Por otro lado”, indican en el informe, “a veces carecen de raíces y grupos de apoyo, y rápidamente deben
acceder a la vivienda y el trabajo. Esto genera en ocasiones una situación de vulnerabilidad social
al inicio de su vida en el país de acogida, que se ve ac recentada por la posible situación
administrativa irregular de la persona, o por la experiencia traumática de persecución en el
caso de que sea solicitante de protección internacional”.
La heterogeneidad de las personas refugiadas hace que sus necesidades sean diferentes. Un
estudio de la Universitat Autónoma de Barcelona indica lo siguiente: “Entre las reacciones más
habituales se han observado altos niveles de miedo, preocupación y angustia, duelo, aburrimiento
y letargia, problemas alimentarios y de sueño, tristeza y depresión. En adultos, los predictores para
el Trastorno por Estrés Post-Traumático están relacionados con la exposición a las escenas
de guerra, hostilidad e historia de trauma previas al conflicto. En el caso de los niños, los
predictores del estrés postraumático están relacionados con el número de experiencias
traumáticas relacionadas con el conflicto. Con el tiempo, las respuestas emocionales
abrumadoras aumentan”.
Por último, cabe mencionar las secuelas psicológicas que afectan también a las personas que
ejercen la violencia, bien por combatir en un ejército regular o en otros grupos armados
organizados (voluntaria o forzosamente), bien por verse abocadas a ejercer la violencia en actos
más aislados. Sobre esta realidad existen numerosos estudios que corroboran la afectación de la
salud mental de los soldados, que afloraron tras las Guerras Mundiales (Primera y Segunda) y se
han ido sucediendo tras guerras como la de Vietnam, Afganistán o Irak. La revista ‘Journal of the
American Medical Association’ (JAMA) investigó la salud de los soldados estadounidenses tras
su vuelta de distintas operaciones militares, señalando que el “35 % de los veteranos de guerra
de Irak accedieron a servicios de salud mental en el año posterior a su regreso a casa”, mientras
que el 17 % tenían trastorno por estrés postraumático, ansiedad generalizada o depresión,
“una prevalencia de casi el doble de la observada entre los soldados encuestados antes del
despliegue”. El Departamento de Asuntos de los Veteranos de EEUU confirmó en 2019 que
alrededor de 60.000 veteranos de guerra se suicidaron entre 2008 y 2017.
Por tanto, los conflictos armados siempre van en contra de la salud mental de las personas.
SOBRE EL TRATAMIENTO DE LOS CONFLICTOS ARMADOS POR PARTE DE
LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y LA SALUD MENTAL
La incertidumbre, aunque inherente a la vida humana, es una de las sensaciones que mayor
desasosiego produce en las personas, una percepción de completa falta de control y de ausencia
de la capacidad de prever lo que va a suceder. Ante acontecimientos de tal calibre como es un
conflicto internacional, la trascendencia emocional sobre las personas es elevada.
En el caso de la invasión de Ucrania, como en otras situaciones bélicas o emergencias
humanitarias, la cobertura mediática es intensa y permanente, y se centra en gran medida en
las experiencias personales de las víctimas. Las personas que se sitúan en la “periferia” del
conflicto quedamos en una posición de espectadores/as del horror y del sufrimiento humano, lo
que genera impotencia, incomprensión y, a menudo, puede incrementar los niveles de estrés y
ansiedad.
La labor de los medios de comunicación debe ser, como siempre, tratar de informar desde el
rigor y el respeto a las víctimas, tratando de evitar la exposición explícita y sin previo aviso de
las peores consecuencias sobre las personas (imágenes de cadáveres, por ejemplo), que pueden
producir un trauma en las personas que reciben estas escenas (pensando no solo en personas
adultas, sino especialmente en niños y niñas que les acompañan, sin ir más lejos, en el visionado
de las noticias en la televisión).
Además, las especulaciones acerca de un futuro incierto, en las que planean escenarios muy
preocupantes -como son el tema de las armas nucleares o de una tercera guerra mundial-,
impactan directamente sobre la salud mental de la sociedad, por el miedo que provocan. Percibir
que el mundo, tal y como lo conoces, tus planes de vida, etc., pueden verse alterados por un
eventual cambio del orden mundial que podría poner en riesgo tu integridad es difícil de
gestionar.
Una de las vías de escape ante tal presión es la solidaridad, que pone en nuestras manos un
camino para actuar y sentir que podemos aportar nuestro granito de arena para cambiar una
realidad que no nos gusta. Otra es el consumo responsable de la información, en particular
cuando percibimos que tenemos una alta sensibilidad hacia las noticias que recibimos.
EFECTOS NEGATIVOS DE LOS CONFLICTOS BÉLICOS EN LAS PERSONAS CON PROBLEMAS DE SALUD MENTAL
Es muy importante conocer los efectos negativos que este tipo de conflictos bélicos tienen en las
personas con problemas de salud mental en los siguientes aspectos:
1. El traslado o evacuación de las personas con problemas de salud mental a zonas
seguras. Esto requiere en muchas ocasiones la formación específica en salud mental
del personal que realiza este traslado y puede suponer en ocasiones una dificultad
añadida.
2. Las personas con problemas de salud mental en situaciones de conflicto no pueden
acceder al apoyo psicosocial o tratamiento farmacológico que necesitan dentro de
su país por motivos obvios, pero cuando se encuentran en situación de desplazados
carecen de la “documentación” necesaria o de las habilidades y recursos necesarios para
acceder a estos servicios, programas de apoyo esenciales para evitar un deterioro
importante de su estado de salud.
Las guerras eliminan toda la estructura social y económica de recursos para la atención a la
salud mental, producen pobreza, marginación, exclusión y pérdida de valores éticos y morales
donde prima el ‘sálvese quien pueda’ y los escenarios de apoyo mutuo y solidaridad en comunidad
son inexistentes. Cuando las bombas y las balas son las que hablan, la supervivencia es la
prioridad y se abandona todo lo demás.
POR TODO ELLO, LA CONFEDERACIÓN SOLICITA:
– La paralización de todos los conflictos bélicos en activo, no solo l a invasión de
Ucrania, sino también el cese de toda la violencia y la restauración de la paz en Palestina,
Sahara Occidental, Malí, Níger, Burkina Faso, Haití, Siria, Yemen, Etiopía, Mozambique y
todos aquellos territorios que estén vulnerando los derechos humanos de la población civil a la que se expone a una situación de riesgo, pobreza y sufrimiento que precariza su salud
mental.
– La solidaridad real de los países occidentales en la acogida de personas refugiadas que
huyen de las guerras en todos los territorios, sin discriminación por país de origen, etnia,
color de piel, sexo, edad, discapacidad, etc.
– La puesta en marcha de servicios de atención a la salud mental para las personas en
zonas de guerra y para las desplazadas de estos conflictos que permitan que estas
personas sean atendidas de manera urgente.
– La disposición de recursos públicos de apoyo a las personas con discapacidad que
huyen de los países en conflicto. Estos deben ser públicos, gratuitos, universales y
accesibles.
– El apoyo material y económico a las entidades no lucrativas y organizaciones
sociales que realizan actividades humanitarias y sociales en los campos de refugiados,
en fronteras, en las costas y en los países de destino para que puedan desempeñar su
labor social, contemplando siempre la atención a la salud mental. Esta debe ser integral,
con perspectiva de género, que sitúe a la persona y sus necesidades en el centro de la
atención y atendiendo a las diferencias culturales de cada persona.
– La participación activa de las organizaciones sociales de la salud mental, tanto a
escala europea como española, en el diseño, despliegue y seguimiento de las políticas y
estrategias públicas de acogida a personas refugiadas o en otras situaciones de
protección internacional, para que estas estructuras sistemas y procesos sean inclusivos
y accesibles y tengan presente la dimensión de la salud mental desde un enfoque de
derechos humanos.
– El tratamiento mediático responsable que no relacione a líderes políticos, genocidas y
bandas terroristas con un malestar de salud mental. La maldad y la avaricia del ser
humano no son síntoma ni diagnóstico de un problema de salud mental. Apelar a estos
problemas de salud no solo justifica las acciones de violencia perpetradas si no que
estigmatiza gravemente a las personas que verdaderamente están sufriendo un
problema de salud mental que no han elegido y que lo viven sin hacer daño a nadie.
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